Soy profesora en una escuela primaria y desde 2016 tenemos un vínculo escolar con Toucountouna, en Benín.

A través de esto trabajamos muchos objetivos curriculares como: Los alumnos pueden apreciar que se valora la alteridad de las personas.

Vivimos en una época en la que la gente tiene dificultades con las personas que son diferentes. La crianza de los niños para que sean ciudadanos del mundo no es sólo una tarea de los padres. También la escuela puede ayudar.

Con nuestro vínculo escolar damos a los niños del sur algo más que un nombre. Seguimos lo que hacen, lo que les gusta, lo que les cuesta. Les hacemos preguntas y respondemos a las suyas.

El año pasado trabajamos en relación con el agua. Tenemos fotos de cómo manejan el agua. En Bélgica contamos cuántos grifos tenemos en casa. Los niños concluyeron que desperdiciamos demasiada agua y que podríamos aprender algo del sur. A continuación, piensan en cómo pueden reducir su consumo de agua. Lo publicamos en nuestro blog compartido para completar el proceso.

Sin embargo, no todo sale tan bien. A veces hay cambios de personal que hacen que el proceso no sea consistente.

En 2018, las escuelas de Benín se declararon en huelga durante 5 meses, lo que paralizó el proyecto. Y a veces la respuesta que obtenemos es diferente a la que esperábamos. Por ejemplo, durante el tema "fiesta" mostramos cómo se celebra un cumpleaños. En respuesta recibimos una explicación sobre la circuncisión ritual de los hombres. Eso por supuesto, fue algo que necesitó una aclaración.

También organizamos visitas de intercambio. De este modo se refuerzan los vínculos mutuos, lo que mejora la motivación y la cooperación.

En definitiva, en un mundo donde la globalización está cada vez más presente, un vínculo escolar es un elemento realmente enriquecedor. Los niños son, en última instancia, los adultos del mañana. Contamos con ellos para hacer de nuestro planeta una sociedad sostenible. Cada contribución a esto es una inversión en el futuro de todos nosotros.